casa paralelepípedo
1.
- Caminaré por la vereda pisando estos asquerosos animales -dijo Roxana.
- Okay, no demoro.
Roxana frunció su ceño de una manera espantosa. Aquella mañana de 1998 (ahora tan lejana), ese verano en que los edificios de Las Torres de Limatambo se alzaron como una tremenda manifestación asexuada, hablaba con Miriam (que entonces se llamaba Miriam) y en realidad, ahora que lo pienso, Miriam fue el único gran amor de mi vida, y aquella mañana (porque supongo que serían las diez o las once de la mañana...), paseábamos por esos pasajes y esos recovecos incógnitos en busca de algo bueno qué comer. Y yo miraba a Roxana, tan triste, y tan sola, caminar por un pasaje que se perdía tras una cancha de fútbol, y en donde unos cuántos chicos de tez oscura, y sin polo, se dieron cuenta de ella y la miraron fijamente.
- Huevona... -le dije a Miriam por teléfono, notablemente alterada- Roxi está mal, no sé qué le pasa...
Traté de alcanzarla con la vista. Encima mío el sol me derretía las pestañas. Roxana se perdió sumergida en aquel pasaje, frente a una cancha de fútbol de cemento.
- ¿Que qué le pasa...? -me acurruqué un poco más en la cabina telefónica- ya te dije que no sé...
El cielo de febrero era azul y transparente. De manera que era fácil imaginarnos en la playa o en una situación más agradable.
Hubo una pausa de ambos lados de la línea telefónica.
Inserté otra moneda. Me puse sentimental.
- Necesito verte...
Miriam aflojó. Por lo general no le gustaba que yo vaya hasta su apartamento, que compartía con su hermano, en uno de esos edificios enormes, de Las Torres de Limatambo. Parecía una ciudad entera del mismo color, rojizo.
- Está bien. Espérenme allí. Espérenme nada más un par de minutos. -Arguyó Miriam.
Colgué y disminuí el paso; guardé en mi bolsillo un par de monedas, desde Breña hasta Las Torres de Limatambo había, digamos, cierto espacio que ocupaba tiempo. Y yo, en aquel entonces, durante aquel verano, usé un par de pantalones tipo jean muy delgados y de dos colores básicos, y con el tiempo fui mejorando mi guardarropa.
Busqué a Roxana a mi alrededor.
- ¿Dónde estabas?
- Aquí estaba, Lili... ¿dónde más?
Roxana llevaba un canuto prendido entre sus dedos. Me lo pasó después de fumar un buen rato, y en seguida le dije.
- Demasiado calor, ¿no crees?
Y ahora que lo pienso, de verdad fue una pregunta muy estúpida. A lo que Roxana me miró con una cara de demonio que pocas veces se la he visto impregnada en su cara.
- ¿Y tú qué crees?
Pobre Roxana.
- Amiga... -la tomé de la cintura-, por favor sabes que cuentas conmigo para todo. -La abracé- Tú sabes...
Aquello me provocó mucha pena.
Le propiné un par de besos. Uno en la frente, otro en la mejilla. Y se le veía con tantas ganas de largarse, y de dejar todos sus problemas allí, sembrados en la tierra, tras una cancha de fútbol en un inhóspito lugar llamado Lima; me volví a apoyar en la pared, junto a ella, y seguí fumando.
- Lili, no sé qué hacer -susurró.- No tengo ideas...
- Así pasa, así pasa a veces... -Le aseguré.
2.
Luego vi todos esos caracoles aplastados mientras Miriam se acercaba. Su pelo estaba mojado, aún se sentían las gotas de agua resbalar, y habían todos estos asquerosos cadáveres esparcidos por la vereda. Roxana aún tenía aquel varulo sostenido entre sus dedos, y nos miraba mientras nosotros nos saludamos y nos dimos un par de besos en las mejillas.
- ¿Qué sucede?
- Nada... nada -le dije, aunque definitivamente pasaba algo- Roxana y yo anoche terminamos bebiendo... -y lo decía porque anoche habíamos estado reunidas, y habíamos estado bebiendo-. Creo que hay algo que no nos quiere contar... -agregué.
Luego de un suspiro, proseguí:
- En realidad no tengo ni idea de qué pasa... -Y es que estaba demasiado preocupada pensando en Miriam y en lo hermosa que era- Creo que eso es todo.
Pero era mentira, había algo más.
- Bueno... -intervino Miriam, que era de contextura delgada, y tal vez demasiado baja pero apetecible- ¿Qué hay, Roxi?...
Y Roxana la miró de reojo un segundo antes de darle una nueva calada a su canuto, luego botó una enorme bola de humo, y se ajustó el pantalón que llevaba puesto, en donde se reunían colores fosforescentes. Se le veía medio hippie. Cargaba consigo cosas. Roxana hacía malabares.
- Estoy embarazada -dijo.
Miriam llevaba un bolso de alguna marca de surf, y un polo delgado que hacían resaltar sus senos. Su pelo por lo general se veía claro, pero entonces se veía casi negro debido a que lo llevaba húmedo y amarrado en una media cola. En ese momento me acuerdo que ella me miró y yo deseé con todas mis fuerzas llevarla a una cama, sacarle de a pocos la ropa. Miriam me gustaba y a parte éramos como hermanas. Además, era verano, y yo me sentía tan fea.
- ¿Estás segura? -Preguntó Miriam- ¿Estás completamente segura de ello?
Las tres estábamos de pié, y mirábamos de reojo la cancha de fútbol. Por momentos los mirábamos fijamente, pensábamos y hacíamos cálculos completamente erróneos. De igual manera, ellos nos miraban y hacían cálculos completamente erróneos. Sujeté a Miriam por un segundo junto a mí y me apoyé en su hombro. Roxana reaccionó incómoda.
- ¡Maldita sea! -Gritó.
El edificio en el que nos apoyábamos era rojo como todos los demás, y encima nuestro cada ventana sucia tenía algo especial, un color diferente o una cortina distinta. Persianas, o lo que sea. En una ventana logré divisar alguna colección de muñecos de peluche, y logré ver un Garfield que no me interesó para nada.
Yo era joven aún, y me cuestioné por el destino de Roxana.
- Vamos por unas cervezas -dijo.
- ¿Tú crees?
- Vamos...
Miriam y yo la abrazamos.
- Caminaré por la vereda pisando estos asquerosos animales -dijo Roxana.
- Okay, no demoro.
Roxana frunció su ceño de una manera espantosa. Aquella mañana de 1998 (ahora tan lejana), ese verano en que los edificios de Las Torres de Limatambo se alzaron como una tremenda manifestación asexuada, hablaba con Miriam (que entonces se llamaba Miriam) y en realidad, ahora que lo pienso, Miriam fue el único gran amor de mi vida, y aquella mañana (porque supongo que serían las diez o las once de la mañana...), paseábamos por esos pasajes y esos recovecos incógnitos en busca de algo bueno qué comer. Y yo miraba a Roxana, tan triste, y tan sola, caminar por un pasaje que se perdía tras una cancha de fútbol, y en donde unos cuántos chicos de tez oscura, y sin polo, se dieron cuenta de ella y la miraron fijamente.
- Huevona... -le dije a Miriam por teléfono, notablemente alterada- Roxi está mal, no sé qué le pasa...
Traté de alcanzarla con la vista. Encima mío el sol me derretía las pestañas. Roxana se perdió sumergida en aquel pasaje, frente a una cancha de fútbol de cemento.
- ¿Que qué le pasa...? -me acurruqué un poco más en la cabina telefónica- ya te dije que no sé...
El cielo de febrero era azul y transparente. De manera que era fácil imaginarnos en la playa o en una situación más agradable.
Hubo una pausa de ambos lados de la línea telefónica.
Inserté otra moneda. Me puse sentimental.
- Necesito verte...
Miriam aflojó. Por lo general no le gustaba que yo vaya hasta su apartamento, que compartía con su hermano, en uno de esos edificios enormes, de Las Torres de Limatambo. Parecía una ciudad entera del mismo color, rojizo.
- Está bien. Espérenme allí. Espérenme nada más un par de minutos. -Arguyó Miriam.
Colgué y disminuí el paso; guardé en mi bolsillo un par de monedas, desde Breña hasta Las Torres de Limatambo había, digamos, cierto espacio que ocupaba tiempo. Y yo, en aquel entonces, durante aquel verano, usé un par de pantalones tipo jean muy delgados y de dos colores básicos, y con el tiempo fui mejorando mi guardarropa.
Busqué a Roxana a mi alrededor.
- ¿Dónde estabas?
- Aquí estaba, Lili... ¿dónde más?
Roxana llevaba un canuto prendido entre sus dedos. Me lo pasó después de fumar un buen rato, y en seguida le dije.
- Demasiado calor, ¿no crees?
Y ahora que lo pienso, de verdad fue una pregunta muy estúpida. A lo que Roxana me miró con una cara de demonio que pocas veces se la he visto impregnada en su cara.
- ¿Y tú qué crees?
Pobre Roxana.
- Amiga... -la tomé de la cintura-, por favor sabes que cuentas conmigo para todo. -La abracé- Tú sabes...
Aquello me provocó mucha pena.
Le propiné un par de besos. Uno en la frente, otro en la mejilla. Y se le veía con tantas ganas de largarse, y de dejar todos sus problemas allí, sembrados en la tierra, tras una cancha de fútbol en un inhóspito lugar llamado Lima; me volví a apoyar en la pared, junto a ella, y seguí fumando.
- Lili, no sé qué hacer -susurró.- No tengo ideas...
- Así pasa, así pasa a veces... -Le aseguré.
2.
Luego vi todos esos caracoles aplastados mientras Miriam se acercaba. Su pelo estaba mojado, aún se sentían las gotas de agua resbalar, y habían todos estos asquerosos cadáveres esparcidos por la vereda. Roxana aún tenía aquel varulo sostenido entre sus dedos, y nos miraba mientras nosotros nos saludamos y nos dimos un par de besos en las mejillas.
- ¿Qué sucede?
- Nada... nada -le dije, aunque definitivamente pasaba algo- Roxana y yo anoche terminamos bebiendo... -y lo decía porque anoche habíamos estado reunidas, y habíamos estado bebiendo-. Creo que hay algo que no nos quiere contar... -agregué.
Luego de un suspiro, proseguí:
- En realidad no tengo ni idea de qué pasa... -Y es que estaba demasiado preocupada pensando en Miriam y en lo hermosa que era- Creo que eso es todo.
Pero era mentira, había algo más.
- Bueno... -intervino Miriam, que era de contextura delgada, y tal vez demasiado baja pero apetecible- ¿Qué hay, Roxi?...
Y Roxana la miró de reojo un segundo antes de darle una nueva calada a su canuto, luego botó una enorme bola de humo, y se ajustó el pantalón que llevaba puesto, en donde se reunían colores fosforescentes. Se le veía medio hippie. Cargaba consigo cosas. Roxana hacía malabares.
- Estoy embarazada -dijo.
Miriam llevaba un bolso de alguna marca de surf, y un polo delgado que hacían resaltar sus senos. Su pelo por lo general se veía claro, pero entonces se veía casi negro debido a que lo llevaba húmedo y amarrado en una media cola. En ese momento me acuerdo que ella me miró y yo deseé con todas mis fuerzas llevarla a una cama, sacarle de a pocos la ropa. Miriam me gustaba y a parte éramos como hermanas. Además, era verano, y yo me sentía tan fea.
- ¿Estás segura? -Preguntó Miriam- ¿Estás completamente segura de ello?
Las tres estábamos de pié, y mirábamos de reojo la cancha de fútbol. Por momentos los mirábamos fijamente, pensábamos y hacíamos cálculos completamente erróneos. De igual manera, ellos nos miraban y hacían cálculos completamente erróneos. Sujeté a Miriam por un segundo junto a mí y me apoyé en su hombro. Roxana reaccionó incómoda.
- ¡Maldita sea! -Gritó.
El edificio en el que nos apoyábamos era rojo como todos los demás, y encima nuestro cada ventana sucia tenía algo especial, un color diferente o una cortina distinta. Persianas, o lo que sea. En una ventana logré divisar alguna colección de muñecos de peluche, y logré ver un Garfield que no me interesó para nada.
Yo era joven aún, y me cuestioné por el destino de Roxana.
- Vamos por unas cervezas -dijo.
- ¿Tú crees?
- Vamos...
Miriam y yo la abrazamos.
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